La 100×100 Tondo. Así la vivió Juan Carlos

Por Juan Carlos @canjuarlos

 

Pertenecer a un club como BCNTriathlon, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. No diré las ventajas, porque no terminaría nunca, pero uno de los principales inconvenientes es que un buen día miras el móvil y te encuentras un WhatsApp de Marc diciendo que quién se anima a hacer la 100×100 Tondo, una cicloturista muy chula con un final “divertido” subiendo el Vallter 2000. Tras dos o tres preguntas de cortesía, como cuándo es o cuántos kilómetros tiene, ya estamos apuntados tres ó cuatro. Sueltas un par de “no hay güebos” y caen otros tantos. Total que a las pocas semanas te encuentras en la línea de salida con seis inconscientes como tú con una sonrisa de oreja a oreja sin saber muy bien lo que nos espera.

 

 

Ya sé que es muy de globero lo de dar excusas antes de empezar una carrera, pero sabiendo lo duras que son las rampas de Vallter 2000, el último puerto, y más después de 100km en la piernas, el panorama no pintaba nada bien desde antes de empezar y quiero dejar constancia de ello. Marc, el culpable de que todos estuviéramos allí, hacía pocos días que había vuelto a los entrenos tras pasar todo el verano sin haber tocado una bicicleta ni para limpiarla. Roger, que contra todo pronóstico había pagado su dorsal y no le había tocado en ningún sorteo o promoción, se había apuntado sólo porque le habían confirmado que daban cerveza al llegar a meta. Sara, que había sorprendido a propios y extraños en el último entreno del club subiendo a Montserrat por cómo tiraba para arriba, no había hecho nunca una cicloturista. Pedro, un amigo de Sara que también se había unido a la marcha, venía de tomar toda la semana antiinflamatorios porque le dolía el tobillo y no sabía si haría la corta o si se atrevería con la larga. Jordi, que tenía la espina clavada del año anterior que no les dejaron subir a Vallter 2000 por mal tiempo, pero que no sabía si venía recuperado del Half de Berga que había hecho la semana anterior (eso sí, se había puesto un 30 detrás para curarse en salud). Albert, que tampoco había descansado el fin de semana anterior, y venía de haber hecho la Matagalls-Montserrat, así que, a priori, no le deseaba sus piernas ni a su peor enemigo. Finalmente, un servidor, que no recuerdo si me apunté por uno de esos “no hay güebos” o con intención de obligarme a entrenar la bici de cara a mi estreno en el triatlón olímpico a las dos semanas en la Garmin. Espero que fuera por lo primero, porque la bici de carretera la había cogido ni una vez en los dos últimos meses. A resumidas cuentas, les das unas bicicletas a los integrantes de un club de petanca cualquiera de barrio y tenían más posibilidades de llegar con más dignidad a la meta que nosotros, pero nos daba igual.

 

Estábamos todos dispuestos a salir, unos 1100 corredores ocupando toda la calle que salde del pabellón polideportivo de Sant Joan Les Fonts concentrados y mirando al horizonte en espera de lo que nos viene y no exagero cuando digo que pasaban unos minutos de la hora oficial de la salida, supongo que provocado porque los Mossos no habían cerrado el tráfico del todo, cuando Marc, con una tranquilidad pasmosa, pregunta: “algú té una manxa? Que tinc les rodes una mica fluixes” ¿¡Cómo!? Hemos estado haciendo tiempo hasta la hora de empezar, nos hemos ido a un bar a tomarnos algo por aquello de no ir en ayunas y ahora vienes con que tienes las ruedas un poco flojas… Le paso mi bomba de inflar, le aguanto la bici sin bajarme de la mía y Marc empieza a bombear como si le fuera la vida, aunque, por el sonido, más que hinchar parece que las esté deshinchando. Las toca un poco, pone cara de que quizás las debería de haber dejado como estaban, monta en la bici y a los pocos segundos suena el pistoletazo de salida.

 

Habíamos comentado que no nos flipáramos los primeros kilómetros, que son todo bajada, porque después en el último puerto nos podían pasar factura. Pues o lo habían dicho por decir, o era una estratagema para darnos el hachazo nada más salir, pero cuando tras el primer giro que encaramos la carretera que sale del pueblo, ya nos habíamos quedado solos Albert y yo. En fin… Vamos haciendo siguiendo con la vista en la lejanía a Sara y Pedro, pero enseguida me dice Albert que no se ve bien, que tiene las piernas como tablas, que tire porque él va a ir a su ritmo y no quiere perjudicarme. Como sé de alguna salida que he hecho con él, que es de ir de menos a más, aunque no sé si los 86km del fin de semana anterior subiendo y bajando montañas se lo iban a poner fácil. Decido hacer lo mismo y ponerme a mi ritmo para intentar coger a Sara y Pedro, aunque antes aprieto los dientes y me uno a ellos. Les pregunto por los demás y me dicen que también les han perdido de vista nada más empezar.

 

En esos momentos cuando me pongo a rueda de ellos es cuando veo a la Sara de la que me habían hablado. Esa cara angelical es la piel de cordero que tapa al lobo depredador que da caza a grupo tras grupo y sin tiempo a respirar salta a por el siguiente. Pedro y yo nos miramos con cara de incredulidad y le decimos que tendríamos que intentar quedar en alguno de los pelotones que pillamos y colaborar o hacer rueda para reservarnos un poquito. Sara responde que no está acostumbrada a ir en pelotón, que le da miedo por si le pasa algo al de delante y que por eso salta a la mínima que puede. Le insistimos en que si seguimos a ese ritmo vamos a morir todos antes de llegar a Setcases, que no está de más saber ir en pelotón porque en las Sprints y Olímpicas se permite el “drafting” (ir a rueda, vamos), que si los beneficios de ir en pelotón y le volvemos a recordar que quedan muchos kilómetros hasta la meta. Así que buscamos un grupo que rueden a un ritmo ni muy exigente, ni muy conservador y nos dejamos llevar hasta el primer avituallamiento.

 

Al ver la señal que indicaba que falta 1km para el avituallamiento líquido de Mieres, Pedro nos pregunta si necesitamos parar, que él se ve bien y preferiría continuar. Miro a Sara temiéndome su respuesta, pero me sorprende cuando responde que sí, que paramos para ver qué dan y decidimos si seguir o tomárnoslo con calma. Y aunque al principio Pedro no era muy partidario de parar, cuando nos damos cuenta nos encontramos con los toldos del avituallamiento y la gente parada en medio de la carretera. Así que nos bajamos, dejamos las bicis a un lado y vamos a ver qué se cuece. Cuál es nuestra sorpresa, cuando nos encontramos en medio de aquel follón al Jordi. Le preguntamos por Roger, porque suponemos que Marc estaría esprintando ya en la línea de meta, y nos dice que iba por delante con Marc porque se ha descolgado al ver que, como era de esperar, las piernas no le respondían como quería. Bebemos Coca Cola, agua, tomamos algo de fruta y a los pocos minutos aparece Albert. Nos confirma que no va bien, pero que va haciendo. Terminamos de hidratarnos tranquilamente y volvemos a salir agrupados de nuevo.

 

Al llegar al siguiente avituallamiento, descubro que Albert se ha vuelto a quedar descolgado de nuevo, aunque enseguida vuelve a hacer acto de presencia. Esta vez ni preguntamos si paramos o no, directamente nos hacemos a un lado aparcamos las bicis y vamos a por el “papeo”. Bueno, aprovecho la parada técnica para vaciar la vejiga por si las moscas, y me lanzo a por las pastas (buenísimas y bombas calóricas a partes iguales), la bebida isotónica, trozos de plátano,… todo lo que pillaba vamos. Mientras tanto, Jordi aprovecha para hacernos un avance de lo que nos viene por delante hasta Capsacosta, el primer puerto. Nos avisa que el puerto no es muy fuerte ni muy largo, que vuelve a insistir en que nos acordamos que después viene Vallter 2000.

 

Volvemos a salir todos juntos y, sorprendentemente para mí, son Jordi y Albert los que se ponen a tirar del grupo los primeros minutos. ¿Serán dopantes esas pastas que nos han dado en Santa Pau? Nos volvemos a juntar con otro pelotón heterogéneo, que nos lleva hasta la base del puerto. Empieza a empinarse la carretera, subo piñones y a los pocos metros me doy cuenta que voy con todo. ¿Cómo puede ser? Si ya voy con todo en este puertecillo ¿qué pasará cuando llegue a Vallter? Se lo digo a Sara, le sigo la rueda y en algunos tramos (los menos) me pongo por delante de ella, sin dejar de sorprenderme lo fuerte que está, hasta que coronamos el puerto los dos juntos y paramos en el tercer avituallamiento. Al final no ha sido para tanto y en el último tramo me he visto mejor que al principio. De todos modos, este momento es cuando confirmo la realidad de cómo estábamos cada uno. Seguimos sin tener noticias de Marc y de Roger, así que deducimos que siguen por delante y que las cosas les están yendo bien. De hecho, después, en la llegada, Roger nos confirma que Marc, que había cogido esta marcha con muchas ganas, hay varios momentos en los que se pone a tirar como un jabato de su pelotón y que todos los de detrás andaban echando el higadillo para poder seguirle sin dar ni un solo relevo. A Sara la veía como en la meta, con su sonrisa, como si el puerto que acabábamos de subir y los 80 kilómetros que llevábamos en las piernas no le hubieran afectado. Poco a poco van llegando el resto. Pedro con la cara desencajada diciendo que no puede más, que Albert se había descolgado y que Jordi no le había podido seguir el ritmo, pero que él no andaba fino tampoco. Después llega Jordi, que también nos comenta que lo estaba pasando mal, y el último vuelve a ser Albert. Los calambres han hecho acto de presencia y que hace lo que puede.

 

Mientras tanto vamos comiendo, bebiendo, más pastas, más fruta y casi sin darnos cuenta miramos alrededor y vemos que el barullo inicial de gente que nos habíamos encontrado ha desaparecido totalmente y que nos hemos quedado prácticamente solos. Ni sé cuánto rato debimos estar parados allí. Jordi nos vuelve a hacer un croquis de lo que nos queda, que si un poco de bajada, pero enseguida nos encontraremos con subida hacia arriba que, sobretodo una vez pasado Camprodon, no se despegará de nosotros hasta Setcases, que es donde está el último avituallamiento antes de empezar el infierno de Vallter 2000.

 

Montamos en las bicis y empezamos el descenso… Bajo justo detrás de Albert, que baja infinitamente mejor que yo, y veo como no va fino ni en la bajada. No nos encontramos a nadie o al menos a ningún pelotón, así que empezamos el leve ascenso los cinco solos hacia Camprodon. En esos momentos empezamos a pensar en la vuelta. No hemos contratado el bus de vuelta hasta Sant Joan les Fonts desde Setcases y nos damos cuenta que con las escasas fuerzas que nos quedan y lo que nos las va a mermar el último puerto, no será tan idílica y pachanguera esa vuelta a Sant Joan les Fonts para recoger el coche e irnos a casa.

 

Creo que fue a la altura de Camprodon, que miro hacia atrás y sólo veo a Sara. Le pregunto por los demás y no tiene muy claro cuándo los hemos perdido, pero lo vemos normal después de cómo les había dejado subir al Coll de Capsacosta. Seguimos, aunque sin apretar mucho a un ritmo que nos permite incluso disfrutar los bellos parajes que estamos atravesando. Sara me dice que cree que va a tomarse un gel y, al girarse hacia mí, ve que yo ya me lo estaba tomando. Los dos sabemos que lo que ahora viene va a ser duro y que cualquier ayuda va a ser poca.

 

Jordi ya nos había avisado de que no paráramos mucho en el avituallamiento de Setcases para evitar enfriarnos mucho porque justo a la salida empieza una de las rampas más fuertes del puerto. Así que, cuando vemos la señalización que indica que el avituallamiento está a 1km y Sara me pregunta que si paramos, diciéndome que si es por ella seguimos y que de lo que tiene ganas en ese momento es de terminar ya (llevamos unas 5h desde que tomamos la salida), le digo que no, que seguimos para adelante. En el pueblo, nos hidratamos tirando de los bidones que llevamos aprovechando el falso llano y nos disponemos a empezar el puerto.

 

En el avituallamiento de Capsacosta, Sara me había dicho que en su bici llevaba tres platos y supongo que fue al intentar poner ese tercer plato más pequeño una vez que ya habíamos empezado la subida se le sale la cadena. Oigo que me dice que no pare, bajo el ritmo, me voy girando y veo como para y vuelve a poner la cadena. Justo delante de mí veo que la cuesta deja de ser tan empinada y la espero allí. Después de tantos kilómetros juntos no podía ser que nos separáramos nada más empezar el puerto. Me vuelve a pillar y seguimos para adelante. Esta vez voy delante marcando el ritmo por esas rampas infernales, ya no hablamos y cuando me doy cuenta miro hacia atrás y veo que le había sacado bastantes metros. Me planteo si volver a bajar el ritmo, pero pienso que si los dos llevamos un 28 detrás, ella ha puesto el plato más pequeño y mi plato pequeño es un 39 (supongo que tendré que comprarme un compact si quiero subir este tipo de puertos), aunque llevemos la misma cadencia o incluso aunque Sara lleve un poco más, le estaré sacando distancia en cada pedalada. Además, tampoco creo que esperarla en ese momento fuera bueno, porque igual la obligaba a ir a un ritmo que no quería llevar. Así que me giro hacia delante y decido subir a mi ritmo… o más bien como pueda.

 

Los tres primeros kilómetros son duros, pero el tercero, con una media superior al 9%, me destroza. Pienso en Albert, Jordi y Pedro, incluso se me pasa por la cabeza poner el pie a tierra. De hecho, voy adelantando a mucha gente que está clavada subiendo, otros parados o andando e incluso oigo a alguien como intenta convencer sin éxito a un colega suyo de que no se dé la vuelta. Voy por el kilómetro 4, faltan 10 de subida, pero me habían dicho que los más duros son los 6 primeros. De hecho, incluso oigo a dos que bajan el puerto tras haberlo coronado que comentan entre ellos que la parte que estoy haciendo en ese momento es la más dura. Así que aprieto los dientes y empiezo a descontar los metros que me faltan para superar la barrera de esos 6 iniciales. Pero, cual es mi sorpresa, cuando al pasar el kilómetro 6, veo la señal que marca que me quedan 6,4km y que la siguiente rampa es de más del 8% de media. ¿Cómo? ¿No decían que lo más fuerte ya lo tendría que haber pasado? Menudo jarro de agua fría. Me recompongo interiormente y me autoengaño pensando que ahora sólo me quedan 6 kilómetros de un puertecillo normal de los que puedo hacer habitualmente cuando entreno y sigo para arriba. Sigo adelantando a gente, aprovecho las rampas más flojas para beber, pero empiezo a notar los gemelos cargados, así que decido estirarlos bajando exageradamente el talón en cada pedalada para evitar sustos. El siguiente kilómetro también es del 8% o del 7%, parece que no se acaba nunca hasta que llega el kilómetro 9 que tiene una pendiente media de poco más del 3%. En ese momento podría haber bajado piñones y aprovechar para subir un poco más el ritmo, pero no puedo. Decido ahorrar fuerzas para los 3 últimos kilómetros. El kilómetro 10 vuelve a ser de una pendiente media de más del 7%, pero ya ni pienso en nada, ahora sólo descuento kilómetros y visualizo la línea de meta. Creo que es a estas alturas que veo a tres fotógrafos de la organización, no tengo ni fuerzas para posar o disimular mi estado y los ignoro completamente.

 

A lo lejos veo a otro ciclista, pero en ahora me voy acercando a él más lentamente que las otras veces. Miro hacia arriba buscando los signos de la llegada o intento sin éxito afinar el oído para escuchar la música que se suele poner a toda pastilla o a un speaker animando a los que van llegando. Llego hasta la altura del otro corredor, pero no tengo fuerzas ni ganas de pasarlo y me quedo a su ritmo. Noto como la cabeza del cuadriceps me va avisando de que como se alargue mucho más, no responde de sus actos. Creo que incluso otros ciclistas nos adelantan, pero ahora sólo descuento kilómetros, 2, 1… Llegamos a la señal de los últimos 400 metros donde se informa que tienen una pendiente media del 1 y poco por cien, pero miro hacia arriba y sé que eso no es cierto, que es más, pero ya está, estoy llegando. Entro en el último parking y veo a lo lejos a Roger que deja a Marc comiendo un plato de pasta y me viene a buscar a la meta con un vaso de ¿¡Coca Cola!? en la mano. Paso la línea de meta y paro inmediatamente, me saluda, me dice alguna de las suyas que me logra arrancar una sonrisa y saluda también a Sara. ¿Cómo? Me giro hacia detrás y la veo como cruza la meta justo detrás de mí (oficialmente sólo entró 4 segundos más tarde). Me da el subidón de verla ya allí y me alegro por ella. ¡Ya está! Ya hemos llegado. Por lo visto, al principio me fui bastante, pero en los últimos kilómetros logró recortarme el hueco que había abierto. Le preguntamos a Roger que qué tal y nos dice que había llegado hacía nada, lo justo para dejar la bici y coger una cerveza (¡ah! Ya me extrañaba a mí que fuera una Coca Cola). Saludamos a Marc desde lejos, ya que ni nosotros estamos para ir hacia él ni parece que él esté para venir hacia nosotros, y vamos a buscar nuestro merecido avituallamiento final. Sin embargo a Roger sí que se le ve entero y no para de bromear y de decir animaladas ¡Cómo se agradecen este tipo de cosas cuando llegas vacío a la meta! Lo primero de todo nuestra cerveza, un plato de pasta con aceite y, aunque los demás se plantan ahí, me pillo también un plato de butifarra con longaniza, me termino el vaso de cerveza que me acababan de dar y aprovecho para cogerme otra cerveza. Agradezco a los voluntarios lo que nos han dado y vamos hacia donde está Marc para abrigarnos un poco, sentarnos a esperar al resto y a comer lo que nos han dado. Miro a Marc y tiene la cara llena de sal, le digo que si viene de bañarse en el mar, pero ni pilla la coña y me contesta que lo ha pasado muy mal, que la subida le ha matado y que volverá para hacerla en condiciones, es decir, habiendo entrenado y sin los 100km anteriores.

 

Poco después de que Sara viniera con otra ronda de cervezas (ya voy por la tercera), vemos a lo lejos a Jordi. Nos levantamos para celebrar su llegada y, para nuestra sorpresa, vemos que al lado otros se levantan también y es entonces cuando caemos en la cuenta que son su familia que han venido a esperarle arriba. ¡Qué grande el Jordi entrando en meta! Haciéndose fotos con su hijo, explicándonos que lo había pasado muy mal y nos presenta a su mujer y sus suegros. En ese momento entra en meta Pedro, que inmediatamente se baja de la bici y se tira al suelo sin fuerzas. Le vamos a animar, le ayudamos a que se levante y le decimos que se vaya a coger algo de comer y beber al fondo donde está el avituallamiento.

 

Sólo queda Albert, pero Jordi nos dice que miremos el WhatsApp del grupo porque le ha dicho que iba muy mal y que igual se daba la vuelta. Albert no ha dicho nada, pero algo me dice que esa tozudez que tiene y esa cabeza que ha ido ejercitando en estos últimos años haciendo ultratrails, le va a impedir abandonar. Así es, a los 20 minutos de que llegara Pedro, llega Albert exhausto también. Vamos todos hacia la meta de nuevo y le gritamos a lo lejos para que afronte esos últimos metros. ¡Hemos llegado todos! ¡Qué grandes somos!

 

Acompaño a Albert para que vaya a buscar algo de comer y beber, mientras le llevo la bici con el resto y me comenta que ha empezado el puerto por delante de Jordi y Pedro, pero que justo al principio ha empezado con calambres y les ha dicho que continuaran y que no sabía si llegaría. Que se había tenido que parar varias veces durante la subida, que había sufrido mucho, pero que ya estaba y ahora sólo quedaba disfrutar de la gesta que habíamos hecho. En el avituallamiento ya no queda ni pasta, así que se tiene que conformar con la butifarra con pan con tomate y su cerveza. Yo, para no hacerle un feo, me cojo otra cerveza para mí.

 

Cuando volvemos vemos a Pedro comiendo bajo un porche a la sombra. Le digo que se venga con nosotros al sol y que se abrigue o que pillará un resfriado de narices. Accede y volvemos con el resto para hacernos la foto de equipo en la cima de Vallter 2000.

 

Al final, la vuelta la hacemos hasta Setcasas, haciendo la bajada en bici (que sin pedalear en ningún momento ni acoplarme a la bici, me sale a una media de 40Km/h) y allí pillamos el bus que nos deja en Sant Joan les Fonts.

 

¡Qué pasada! Una marcha muy bonita, con un ambiente excelente, donde se ve que los voluntarios y la gente de la organización han cuidado hasta el más mínimo detalle y que la huella de Xavi Tondo sigue allí.

 

En resumen, aunque hubieron muchos momentos buenos, lo mejor fueron la llegada a meta encontrándome allí a Roger y Marc y ver cómo van llegando el resto de mis compañeros. Y lo peor no fue la subida, que fue muy dura y muy larga (incluso agónica diría yo), sino la confabulación judeomasónica con la que me encontré cuando llegué a casa al encender el móvil y ver cómo entre mis compañeros de aventura y, sobre todo de Carles, y Eli, que se habían compinchado para que escribiera una crónica de lo que habíamos hecho. ¿Queréis una crónica de la 100×100 Tondo? Pues aquí la tenéis ;P

 

Bcn Triathlon